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hermanos y hermanas, quienes también estaban de visita, tocaron el
tema de la justificación por fe. Algunos habían estado estudiando el
tema durante algún tiempo. Mientras lo discutían con mi padre, habían
expresado algunas ideas que parecían diferentes de su comprensión de
la salvación. Conmigo allí, él esperaba llegar al fondo del asunto. ¡Yo
era la esposa de un pastor! ¡Yo había sido una misionera! Yo tendría las
respuestas, creía mi padre.
De manera, que mientras mis hermanos y hermanas describían sus
nuevas apreciaciones, mi padre me preguntaba: “¿Margaret, están
acertados?' Todo cuanto podía responder cada vez era, “Padre, no lo
sé”. Yo había sido una obrera para Dios pero en realidad no una
estudiante de su Palabra. Oh sí, yo leía mi Biblia, pero no entendía
cómo alimentarme sobre la Palabra para que ésta se volviera un poder
en mi vida. ¡Yo era una lectora superficial!
Al continuar la discusión, mi padre se volvió más y más preocupado.
¿Estaba su esperanza del cielo cimentado sobre arena movediza? Su
creencia era, sencilla, crea en Jesús, haga lo mejor por obedecer, y
gradualmente vencerá sus pecados. Después de todo, ¿la santificación
acaso no es una obra de toda la vida? ¿Y acaso Jesús no tapa nuestros
pecados mientras nosotros estemos tratando de vencerlos como
enseñan muchos?
De manera que, durante gran parte de su vida, él había tratado de
vencer sus pecados de mal humor, resentimiento, irritación, impaciencia,
contienda, y lujuria, creyendo que estaba siempre en una relación
salvífica, cubierto por la justicia de Cristo, a sabiendas que estaba
pecando. Ahora estaba escuchando acerca de la necesidad de una
limpieza del corazón y luego del poder de Dios para evitar que vuelva a
pecar, y que ¡la justicia de Cristo no cubre el pecado!
Con el transcurrir de la discusión, mi padre no era el único que se
preocupó. Yo también lo hice, porque tenía que admitir que no sabía
nada acerca de justificación por fe. Mi religión era muy parecida a la de
mi padre. ¡Haga lo mejor por obedecer a Dios! Y ya que mis pecados
molestos eran menores en comparación con los suyos, parecía que yo
estaba obteniendo la victoria.
Mi padre tenía 78 años de edad en aquel entonces, y sufría del
corazón lo que podía causarle la muerte e cualquier momento. Él sabía
que solo el vencedor estaría en el cielo, ¡y él no estaba venciendo!!!
Todavía tenía un hijo de diecisiete años en casa, nacido doce años
después de los demás hijos, quien le causaba más agravios que los
otros diez hijos juntos. Ahora, abrumado por el reconocimiento de su
problema, él exclamó: “¡Margaret, ayúdame!”
“En todas partes hay corazones que claman por algo que no poseen.
Suspiran por una fuerza que les dé dominio sobre el pecado, una fuerza
que los libre de la esclavitud del mal, una fuerza que les dé salud, vida y
paz”. MC, 102.
Al contemplar los ojos suplicantes de mi padre, de repente me percaté
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