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“Aunque la ley es santa, los judíos no podían alcanzar la justicia por
        sus  propio  esfuerzos  para  guardarla.  Los  discípulos  de  Cristo  debían
        buscar  una  justicia  diferente  de  la  justicia  de  los  fariseos,  si  querían
        entrar en  el reino de  los cielos. Dios les ofreció,  en  su Hijo, la justicia
        perfecta  de  la  ley.  Si  querían  abrir  sus  corazones  para  recibir
        plenamente  a  Cristo,  entonces  la  vida  misma  de  Dios,  su  amor,
        moraría en ellos, transformándolos a su semejanza; así, por el don
        generoso,  de  Dios,  poseerían  la  justicia  exigida  por  la  ley...  en  sí
        mismos una reproducción del carácter de Cristo”. DMJ, 50-51.
          “Nicodemo... Escudriñó las Escrituras de una manera nueva, no para
        discutir una teoría, sino para recibir vida para el alma. Empezó a ver el
        reino de los cielos cuando se sometió a la dirección del Espíritu Santo”.
        DTG, 147.
          “Podemos lisonjearnos como Nicodemo de que nuestra vida ha sido
        muy  buena,  de  que  nuestro  carácter  es  perfecto  y  pensar  que  no
        necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el pecador
        común,  pero  cuando  la  luz  de  Cristo  resplandece  en  nuestras  almas,
        vemos  cuán  impuros  somos;  discernimos  el  egoísmo  de  nuestros
        motivos y la enemistad contra Dios, que ha manchado todos los actos
        de nuestra vida. Entonces conocemos que nuestra propia justicia es en
        verdad  como  andrajos  inmundos  y  que  solamente  la  sangre  de  Cristo
        puede limpiarnos de las manchas del pecado y renovar nuestro corazón
        a su semejanza”. CC, 27, 28.
          “La gran preocupación de cada alma debería ser: ¿Ha sido renovado
        mi  corazón?  ¿Ha  sido  transformada  mi  alma?  ¿Han  sido  perdonados
        mis pecados mediante la fe en Cristo? ¿He renacido?” 2MS, 133.
          ¿Nos contó Jesús acerca de otros que tenían el mismo malentendido?
        ¿Qué necesitaban las vírgenes fatuas?

                        Tened Aceite en Vuestra Vasija
          “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que
        tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Y las cinco de ellas
        eran  prudentes,  y  las  cinco  fatuas.  Las  que  eran  fatuas,  tomando  sus
        lámparas,  no  tomaron  consigo  aceite;  Más  las  prudentes  tomaron
        aceite  en  sus  vasos,  juntamente  con  sus  lámparas.  Y  tardándose  el
        esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Y a la media noche fue oído
        un  clamor:  He  aquí,  el  esposo  viene;  salid  a  recibirle.  Entonces  todas
        aquellas  vírgenes  se  levantaron,  y  aderezaron  sus  lámparas.  Y  las
        fatuas  dijeron  a  las  prudentes:  Dadnos  de  vuestro  aceite;  porque
        nuestras  lámparas  se  apagan.  Más  las  prudentes  respondieron,
        diciendo. Porque no nos falte a nosotras y a vosotras, id antes a los que
        venden, y comprad para vosotras.
          “Y  mientras  que  ellas  iban  á  comprar,  vino  el  esposo;  y  las  que
        estaban apercibidas, entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.
        Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor,
        ábrenos.  Más  respondiendo  él,  dijo:  De  cierto  os  digo,  que  no  os

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